Una vez más,
el viejo Will se me adelantó. A veces llegué a creer que a pesar de su
desgastado aspecto, en su interior escondía a un crío incluso más joven que yo.
Estoy seguro de que esa era la razón de que fuera el único adulto al que le
hacían gracia mis bromas más absurdas.
-¡Ja! ¡Te he
vuelto a ganar, pequeño renacuajo! –exclamó victorioso cuando su hoja cayó
cascada abajo empujada por la corriente. Yo observé como la mía la seguía
segundos más tarde.
-Eres un
tramposo, Will –le reproché indignado.
-¡Te
equivocas, chico! Lo que soy es un viejo sabio –se mofó riendo a carcajadas.
De pronto,
las alegres carcajadas se fueron convirtiendo en una terrible tos que no le
dejaba respirar. No era la primera vez que le pasaba, por lo que corrí a la
vivienda más cercana para pedir un vaso de agua. La señora Morgan me lo sirvió
con urgencia al ver mi cara de susto, y tapando el vaso con una mano para no
derramar ni una gota, corrí de vuelta a la noria de agua.
-Ten, Will.
Bebe.
Éste cogió
el vaso con manos temblorosas sin dejar de dar bocanadas de aire y produciendo
ese desagradable sonido a través de la garganta. Bebió un largo sorbo
intentando no atorarse y luego me devolvió el vaso vacío junto a una sonrisa de
agradecimiento.
-Una vez más
me has salvado la vida –comentó con voz ronca – No sé qué será de mí el día que
te hagas mayor y decidas dejarme atrás.
-Vaya
tonterías dices, Will –puse los ojos en blanco- Tú eres mi único amigo, ¿qué
iba a hacer yo en otro lado mejor que pasar los días jugando y aprendiendo contigo?
Will soltó
una risotada, pero esta vez la acompañó con una afectuosa sonrisa.
-Suenas como
un viejo aburrido. Quién pudiera pillar tu edad. Si yo fuera tú, no estaría
perdiendo el tiempo aguantando a viejos amargados como yo. ¡Vete y busca nuevas
aventuras y experiencias, enano!
Yo hice un
gesto con la mano para restar importancia al asunto y contesté:
-Bah, todo
eso puede esperar. Aquí tengo todo lo que necesito –sonreí.
Justo en ese
instante, el rostro de Will pasó radicalmente de agradable a entristecido.
-Niño,
escúchame un momento –su tono hizo que algo en mi interior tiritase; nunca
antes le había escuchado hablar con tal seriedad. Me senté junto a él para
mostrar mi atención y él continuó hablando–: Me gustaría pedirte algo.
Esperé a que
prosiguiera, pero al ver que esperaba una respuesta, asentí dándole pie a
seguir hablando. Se humedeció los delgados labios y dijo:
-Prométeme
que nunca dejarás que el diablo te arrebate el alma.
No sé si
Will pudo leer el desconcierto en mi rostro. No sabía si reír o empezar a
pensar que finalmente había perdido la chaveta. No quería herir sus
sentimientos, por lo que me mantuve en silencio esperando a que dijera algo
más. Tras un silencio bastante incómodo, Will insistió:
-Prométemelo
–la urgencia de su voz hizo que me asustara y no tuve más remedió que aceptar
su ruego.
-Lo prometo.
Acto
seguido, su semblante pasó de tenso a relajado, y volvió a sonreír. Yo no
entendía nada de lo que acababa de pasar. Sin embargo, no volvió a mencionar
aquella promesa nunca más, ni tampoco vi aquellas duras facciones adornar su
rostro en lo que le restó de vida.
Hoy, con una
amapola moribunda en mis manos y con la vista fija en la fría lápida, creo que
empiezo a entender su significado.
***************
El cielo se había vestido de negro aquella mañana. Una vez
más, estábamos tú y yo solos. No me preguntes por qué, pero muy en mi interior había
guardado la enorme esperanza de que esta vez iba a ser diferente. Esperaba que,
aunque fuera demasiado tarde, los vecinos del pueblo se entristecieran al
enterarse de la noticia y al fin se dieran cuenta de la gran pérdida que
suponía tu muerte. Creía que se arrepentirían de no haber querido conocerte
mejor y de no haber pasado más tiempo contigo. Entonces, se habrían reunido
todos en este día para despedirte y pedirte perdón por no haberte apreciado lo
suficiente en vida.
Sin embargo, allí estaba yo. Solo. Acompañado nada más que
por los encargados de tu entierro, un entierro rápido y frío. Sentí que la pena
me oprimía el pecho de forma asfixiante. No conseguía creer que esto fuera todo,
que ya no fuera a hablar contigo nunca más.
Una vez los encargados terminaron y se alejaron, coloqué la
amapola sobre la tierra con sumo cuidado. Acaricié la piedra grabada con la
yema de los dedos y deseé haber podido pedir que inscribieran algún mensaje
afectuoso para Will. Algo como “Aquí yace Will, el hombre más sabio y alegre
que habitó este planeta”.
A pesar de que era eso lo que pensaba sobre él, me parecía
muy poca cosa para describir lo magnífico que siempre me pareció. Eché una
ojeada a las lápidas que se encontraban a mi alrededor para hacerme una idea de
los epitafios que la gente solía usar. Encontré cosas bastante normales, como
lo que se me había ocurrido a mí, pero también un par bastante más elaborados. Uno
de ellos consiguió hacerme sonreír fugazmente al leer “Me estás pisando la
cabeza”. Sin embargo, hubo uno que me llamó especialmente la atención. Decía “No
son muertos los que yacen en la tumba fría, muertos son los que tienen el alma
muerta y viven todavía”. Había algo en esa frase que me resultaba muy familiar.
Entonces, me fijé en el nombre que rezaba sobre la frase: Andrew M. Grint. Yo
había visto ese nombre antes en algún sitio. Me puse en pie sin apartar la
mirada de aquella piedra. Grint, Andrew… almas muertas… ¿Dónde había leído eso?
Cerré los ojos y de pronto una imagen resurgió de mi memoria: El Libro.
La curiosidad se apoderó súbitamente de mí. Tal vez solo
fuera que mi mente buscaba una salida; algo a lo que agarrarse y así poder
olvidar por un momento que mi mejor amigo estaba bajo ese montón de tierra.
Eché una última mirada a la triste lápida y me encaminé con inquietud hacia mi
casa.
Llegué a mi puerta casi sin darme cuenta. Caminé hacia mi
cuarto guiado por mi instinto, sin reparar en la presencia de mi madre al fondo
de la cocina.
-¿Lucie? –me llegó entonces su voz ahogada.
Me paré en seco, con la mano puesta sobre el manillar de la
puerta de mi dormitorio. No me digné si quiera a mirarla. Aquella esperanza que
transmitía su voz cada vez que preguntaba por Lucie me hacía sentirme culpable.
Siempre me tocaba a mi sacarla de su mundo de ensueño y recordarle que Lucie
murió hace muchos años.
-Soy Nico, mamá –contesté. Casi podía notar cómo se
deshinchaba su globo de esperanza amarga.
No obtuve respuesta, como de costumbre. Pero podía adivinar
que había lanzado un largo suspiro, abatida; y que sus ojos habían perdido ese
ápice de ilusión que habían alcanzado cuando oyó que alguien entraba en casa.
Una vez en mi cuarto, me dejé caer sobre la cama. La culpa
que sentía se agravaba debido a la muerte de Will. Empecé a pensar que todo lo
que había ocurrido había sido por mi ignorancia e insensatez. Tal vez si
hubiera sido un poco más listo, o si hubiera sido más maduro… Will siempre
pensó que no era lo suficientemente maduro, que debía ser más independiente y
vivir más aventuras. Sin embargo, no quise escucharle y estuve estorbándole
todos los días, obligándole a jugar conmigo, a leerme libros, a contarme
historias de su infancia… Quizás le agoté de tal forma que acabé matándole.
El miedo me estaba acorralando. ¿Y si mi madre también moría
por mi culpa? ¿Y si se cansara de verme a mí en vez de a Lucie? ¿Pero hay algo
que yo pueda hacer para evitarlo? Si tan solo pudiera traer a Lucie de vuelta…
Mamá dejaría de sufrir de esa forma tan fatídica. Fue en ese momento en el que
me di cuenta de que mientras daba vueltas a todos estos pensamientos, mi mirada
estaba fija en una sola cosa. Me levanté y me dirigí hacia la estantería sin
perder de vista el lomo de ese libro tan peculiar. Sentí una enérgica fuente de
adrenalina que me empujaba a sacar el libro y abrirlo velozmente en busca de
esa página que guardaba tan claramente en mi memoria. Localicé una fotografía
que recordé haber visto antes. La imagen era una pintura en la que una bestia
con rasgos humanos y ojos delirantes devoraba lo que parecía ser otra persona,
pero de tamaño mucho menor, ya que el primero lo agarraba entre sus manos cual
muñeco. Un escalofrío recorrió toda mi columna vertebral haciendo que el vello
de mis brazos se erizara. Recordaba perfectamente el terror que sentí la
primera vez que vi aquella espeluznante imagen. Esa noche no conseguí pegar ojo
y tuve que pedir a Will que me dejara dormir con él.
El pie de la fotografía decía: “Saturno devorando a un
hijo”. Sin embargo, alguien lo había tachado con bolígrafo y había añadido la
palabra “Satán” a su lado. Fruncí el ceño, confundido. Juraría que eso no
estaba ahí la última vez que ojeé este libro, aunque de eso hacía ya varios años,
por lo que alguien podría haberlo estado mirando y no haberme dado cuenta de
ello. Pero, ¿quién? Las únicas personas que podían entrar en mi cuarto eran mi
madre y mi padre. Y no veía razón alguna por la que ellos quisieran coger ese
libro en particular y escribir la palabra “Satán” en él. Decidí girar la hoja
en busca de la frase y el nombre que realmente estaba buscando y al fin los
encontré. Tan solo un par de páginas detrás de aquella fotografía se encontraba
aquel nombre “Andrew M. Grint” y la frase que adornaba su lápida (“No son
muertos los que yacen en la tumba fría, muertos son los que tienen el alma
muerta y viven todavía”). Por lo que pude leer, el pasaje donde aparecía
aquella frase parecía una especie de artículo que hablaba sobre ese tal Andrew
y su particular obsesión con el mundo espiritual y las almas humanas. Según
aquel libro, empezó a delirar creyendo ver el alma de las personas, vivas y
muertas. Tragué saliva y me pregunté por qué demonios guardaba yo aquel libro
en mi cuarto. Iba a cerrarlo con la idea de olvidarme de toda aquella paranoia
cuando reparé en una frase escrita a mano al principio de la hoja continua. La
letra era la misma de antes, y esta vez decía: “Pienso que si el diablo no existe y en consecuencia el hombre lo creó, lo
hizo a su imagen y semejanza” Fiódor Dostoyevski.
¿Qué relación tenían todos esos nombres y aquellas frases?
¿Quién demonios había cogido mi libro para escribir todo aquello en esas
páginas? ¿Y por qué esas páginas en particular? En ese momento pensé que lo más
racional sería dejar el libro en su sitio y olvidarme de toda esa locura.
Seguramente esas anotaciones llevaban siglos allí escritas pero nunca me había
fijado en ellas. O puede que tal vez simplemente no lo recordara, después de
tantos años sin tocar el libro. Pero algo en mí me estaba pidiendo a gritos que
siguiera investigando, que había algo importante detrás de todas esas
anotaciones y que me incumbía más de lo que quería pensar. Me encantaría
deciros que dejé el libro en su sitio, o
mejor, que lo quemé y todo quedó en una simple anécdota. Pero eso habría
sido demasiado maduro, y aburrido, ¿no creéis?
INCREÍBLE :D:D:D
ResponderEliminarPero... vas a poner más, verdad??? Espero que siii :))
Un besito!!!
Sara.
espero ver mas pues ahora quede con mucha preocupación. Por favor déjanos ver otro capitulo.
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